Fue muy sencillo. Se amaban por encima de todos lo museos. Mano derecha con mano izquierda, mano izquierda y mano derecha. Pie derecho con pie derecho, pie izquierdo con nube. Cabello con planta del pie, planta del pie con mejilla. ¡OH mejilla izquierda! ¡OH noroeste de barquitos y de hormigas de mercurio! Dame el pañuelo Genoveva, voy a llorar. Voy a llorar hasta que de mis ojos salga una muchedumbre de siemprevivas. Se acostaban, no había espectáculo más tierno. ¿Me ha oído usted? Se acostaban. Muslo izquierdo con antebrazo izquierdo. Ojos cerrados y uñas abiertas. Cintura con nuca y con playa. Y las cuatro orejitas eran como cuatro ángeles de la choza de la nieve.
Se querían, se amaban. A pesar de la ley de gravedad. Cuando descubrieron esto se fueron al campo. ¡Dios mío! Se amaban ante los ojos de los químicos. Espalda con tierra, tierra con anís. Luna con hombro dormido. Y sus cinturas se entrecruzaban una con otra en un rumor de vidrios. Yo ví temblar sus mejillas cuando los profesores de la universidad les traían hiel y vinagre en una esponja diminuta. Muchas veces tenían que apartar a los perros que gemían por las hiedras blanquísimas del lecho. Pero ellos se amaban.
Eran un hombre y una mujer, o sea, un hombre y un pedacito de tierra, un elefante y un niño, un niño y un junco. Eran dos mancebos desmayados y una pierna de níquel. Eran los barqueros, si, eran los barqueros de guardiana que cercaban con sus remos todas las rosas del mundo.